dijous, 9 d’octubre del 2008


Más o menos a las 8 años tuve una pequeña obsesión. Pequeña porque yo era pequeña. Quería salir en todas las fotografías ajenas, quería formar parte del recuerdo de los desconocidos, ser una espontánea detrás de sonrisas y poses forzadas. Una familia sonriendo; detrás una niña con el pelo muy largo mirando hacia la cámara seriamente o con las cejas levantadas, aunque eso no se podía apreciar. Una pareja abrazada: detrás una niña de cara a la cámara mirando hacia un lado, aunque eso dejé de hacerlo cuando comprobé el resultado en una fotografía con una amiga, escuché a mi madre decir, ay qué cara más rara tienes aquí. Me gustaba pensar en mis desconocidos después de cenar en sus casas con sus pijamas, mirando las fotos recién reveladas en algún 2x1, comentando - mira esta niña, no sabe que ha salido en la foto y los imaginaba sonreir y hablar de mi peinado y cosas así. Caminaba por la ciudad con mi madre de la mano. Veía que sacaban una foto. Miraba hacia la cámara con una cara más bien seria. Parando mi paso en seco, a cámara lenta el aire levantaba mi cabello largo, oscuro y liso y mientras abría los ojos un flash me iluminaba la cara. En un segundo los fotografiados debajan de sonreír y mi madre, que miraba algún aparador, me tiraba del brazo para que caminara y otra vez el mundo rodaba, esta vez conmigo con una medio sonrisa. Recuerdo especialmente el día que visité el palacio de Versalles con mis padres, yo estaba a medio metro del suelo observando, como podía por debajo de mi flequillo, la gran cama roja de la reina, fijándome en que cuando miraba las cosas, lo primero que veía era mi nariz y creía que alomejor tenía algún problema. Eso me pasaba también cuando bebía cava en algúna celebración con copa, siempre miraba a mis familiares y metían todo el morro en el vaso y yo pensaba, qué raro. El caso es que medio vizca vi de refilón a dos chinas haciendo fotos. Una de ellas se alejó y se puso delante de la cama de la reina, lugar donde estaba yo, y con algún gesto me dijo que me apartara. Yo crucé los brazos. Levanté la cabeza. La miré desde abajo, imperturbable. Miré hacia la cámara. Me puse seria. Coloqué bien el lazo horrible que llevaba en la cabeza. Esperé a que sacaran la foto. Las dos esperaron. Las tres esperamos. El flash iluminó mi cara y la de la china impaciente y la cama de la reina, las dos se miraron, sonrieron, me señalaron, me dijeron adiós, sonreí y pensé, cuando tengan la fotografía en la mano, habré viajado hasta China.